Jorge Covarrubias - LA JORNADA JALISCO
En el nuevo “pecado social”, aprobado por El Vaticano, encaja a la perfección la discriminación que padecen los grupos indígenas que deambulan en la ciudad indicó el Arzobispado de Guadalajara a través de su órgano informativo Semanario de este domingo. Según la jerarquía eclesiástica la sociedad tapatía observa a las comunidades autóctonas como “si fueran siluetas vivientes y silentes de nuestros antepasados de apenas hace uno o dos siglos, así parecen reflejarse ante nuestra vista los indígenas de las distintas etnias cuando deambulan por la ciudad”.
Titulada Abandono Ancestral, la editorial de la arquidiócesis se ocupa de parafrasear lo que ya han dicho los obispos de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Celam reunidos en Aparecida, Brasil.
“Sufren graves ataques a su identidad y supervivencia, pues la globalización económica y cultural pone en peligro su propia existencia como pueblos diferentes. Su progresiva transformación cultural provoca la rápida desaparición de algunas lenguas y culturas. La migración, forzada por la pobreza, está influyendo profundamente en el cambio de costumbres, de relaciones e incluso de religión”.
No obstante la arquidiócesis pasa por alto a las mujeres indígenas que se postran en los accesos de sus iglesias, pidiendo limosna a los feligreses. Por el contrario, refiere que el arzobispado lleva a cabo una promoción importante de los productos que elaboran las comunidades, por medio de la Pastoral de Migrantes Indígenas, cuya actividad se concentra en realizar el Tianguis Artesanal Indígena (TAI) de manera itinerante en varias parroquias.
El año pasado La Jornada Jalisco publicó (9 de diciembre 2007) que un grupo de indígenas padecía de discriminación en el templo de Enrique Emperador, –conocido popularmente como San Rapidito por la breve duración de las misas–, donde el párroco les prohibió estrictamente comerciar sus productos.
“El excesivo tráfico vehicular, las prisas, el estrés y quién sabe cuántos pretextos más, nos impiden con frecuencia detenernos a contemplar el paisaje urbano cotidiano, asimilarlo, hacerlo nuestro. Mucho menos nos fijamos en su gente; peor aún si la consideramos extraña porque no camina, no habla, ni viste como nosotros. Eso nos ocurre con nuestros hermanos indígenas que vienen a la ciudad o habitan en ella, y que se sienten discriminados como forasteros o como invasores”, añade el pie de la foto que encabeza la primera plana del tabloide.
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