Será hasta mañana cuando personal del Ayuntamiento de El Salto utilice pipas de agua para lavar las viviendas afectadas por las últimas lluvias; familias presentan quejas ante Derechos Humanos.
Evelyn Águila - EL INFORMADOR
Lo único que pudo recuperar Martha Pacheco fue una cama. El resto de los muebles se echó a perder por el agua que inundó su casa, y la dejó llena de humedad y fetidez. Mientras lava la ropa enlodada, exige que alguien se haga responsable por los daños que sufrió su vivienda y todo lo que perdió tras las inundaciones registradas desde el pasado lunes en la comunidad.
“Aquí todo mundo se lava las manos. La constructora dice que las casas están bien hechas y yo no lo dudo, pero nos engañó al no decirnos que nos veníamos a vivir a un lugar de riesgo. Al Gobierno tampoco le importa, pero alguien se tiene que hacer responsable y devolvernos lo que perdimos.
“Sólo logré salvar mi cama porque es de tubo, de fierro; todo lo demás lo perdí, y ahora tengo que dormir junto con mis tres hijos en un albergue”.
Las calles están llenas de lodo, y el agua aún brota de algunas alcantarillas. Otro problema es que las infecciones estomacales y los dolores de cabeza comenzaron a presentarse.
La desesperación no cesa. A casi una semana de las inundaciones, los colonos acarrean muebles de un lado para otro. Lavan lo que se puede y lo tienden en puertas y ventanas al tiempo que retiran el agua de sus casas. Al fondo del Fraccionamiento La Azucena, las pequeñas viviendas lucen vacías, sólo se escucha el ruido de las máquinas que a marchas forzadas bombean el agua acumulada.
El enojo es general entre los vecinos. Carmen Juárez García no niega su indignación; por el contrario, denuncia que la inmobiliaria no “midió el riesgo en el que nos puso al vendernos estas casas, mucho menos el Gobierno, que los dejó construir en este lugar a pesar de que sabían que con las lluvias nos íbamos a inundar. Es una inconsciencia, una irresponsabilidad”.
Tras cuatro días sin poder dormir bajo su techo, asegura que hoy tendrá que hacerlo, aunque sea en el suelo.
“Nos vamos a regresar, estamos tratando de acomodarnos como sea, donde se pueda”.
Al igual que Martha Pacheco, Carmen Juárez y otros colonos compraron su casa hace menos de seis meses; pagaron cerca de 200 mil pesos.
Temen cadena de enfermedades
A la entrada del complejo habitacional La Azucena, la escena es un día habitual: cortan el pasto y las casas están a la venta.
Basta caminar o recorrer en coche menos de un kilómetro para darse cuenta que en las “entrañas” del fraccionamiento la situación es terrible: lodo por todas partes y aguas negras pestilentes donde ya se forjan gusanos.
María Isabel Amante no teme continuar en su casa, pero sí a las enfermedades y malestares que siente por causa de las condiciones que rodean al fraccionamiento.
“Me da miedo la peste. El agua ya bajó, pero el olor es insoportable y comenzamos a sentirnos mal. Nos duele el estómago y la cabeza; no dudo que después sigan las diarreas”.
La única opción de los lugareños fue unirse. Desde temprana hora tomaron mangueras y comenzaron a lavar paredes, techos y pisos de sus casas para lograr incorporar los enseres que pudieron rescatar, pues será hasta el lunes cuando personal del Municipio de El Salto acuda a las viviendas para efectuar una limpieza con pipas de agua a presión.
Hombres, mujeres y niños, tomaron palas y escobas para quitar el lodazal de las calles; no cuentan con el servicio de luz eléctrica.
Por las afectaciones en viviendas, dos familias presentaron quejas ante la Comisión Estatal de los Derechos Humanos, confirma su presidente, Felipe de Jesús Álvarez Cibrián.
Evelyn Águila - EL INFORMADOR
Lo único que pudo recuperar Martha Pacheco fue una cama. El resto de los muebles se echó a perder por el agua que inundó su casa, y la dejó llena de humedad y fetidez. Mientras lava la ropa enlodada, exige que alguien se haga responsable por los daños que sufrió su vivienda y todo lo que perdió tras las inundaciones registradas desde el pasado lunes en la comunidad.
“Aquí todo mundo se lava las manos. La constructora dice que las casas están bien hechas y yo no lo dudo, pero nos engañó al no decirnos que nos veníamos a vivir a un lugar de riesgo. Al Gobierno tampoco le importa, pero alguien se tiene que hacer responsable y devolvernos lo que perdimos.
“Sólo logré salvar mi cama porque es de tubo, de fierro; todo lo demás lo perdí, y ahora tengo que dormir junto con mis tres hijos en un albergue”.
Las calles están llenas de lodo, y el agua aún brota de algunas alcantarillas. Otro problema es que las infecciones estomacales y los dolores de cabeza comenzaron a presentarse.
La desesperación no cesa. A casi una semana de las inundaciones, los colonos acarrean muebles de un lado para otro. Lavan lo que se puede y lo tienden en puertas y ventanas al tiempo que retiran el agua de sus casas. Al fondo del Fraccionamiento La Azucena, las pequeñas viviendas lucen vacías, sólo se escucha el ruido de las máquinas que a marchas forzadas bombean el agua acumulada.
El enojo es general entre los vecinos. Carmen Juárez García no niega su indignación; por el contrario, denuncia que la inmobiliaria no “midió el riesgo en el que nos puso al vendernos estas casas, mucho menos el Gobierno, que los dejó construir en este lugar a pesar de que sabían que con las lluvias nos íbamos a inundar. Es una inconsciencia, una irresponsabilidad”.
Tras cuatro días sin poder dormir bajo su techo, asegura que hoy tendrá que hacerlo, aunque sea en el suelo.
“Nos vamos a regresar, estamos tratando de acomodarnos como sea, donde se pueda”.
Al igual que Martha Pacheco, Carmen Juárez y otros colonos compraron su casa hace menos de seis meses; pagaron cerca de 200 mil pesos.
Temen cadena de enfermedades
A la entrada del complejo habitacional La Azucena, la escena es un día habitual: cortan el pasto y las casas están a la venta.
Basta caminar o recorrer en coche menos de un kilómetro para darse cuenta que en las “entrañas” del fraccionamiento la situación es terrible: lodo por todas partes y aguas negras pestilentes donde ya se forjan gusanos.
María Isabel Amante no teme continuar en su casa, pero sí a las enfermedades y malestares que siente por causa de las condiciones que rodean al fraccionamiento.
“Me da miedo la peste. El agua ya bajó, pero el olor es insoportable y comenzamos a sentirnos mal. Nos duele el estómago y la cabeza; no dudo que después sigan las diarreas”.
La única opción de los lugareños fue unirse. Desde temprana hora tomaron mangueras y comenzaron a lavar paredes, techos y pisos de sus casas para lograr incorporar los enseres que pudieron rescatar, pues será hasta el lunes cuando personal del Municipio de El Salto acuda a las viviendas para efectuar una limpieza con pipas de agua a presión.
Hombres, mujeres y niños, tomaron palas y escobas para quitar el lodazal de las calles; no cuentan con el servicio de luz eléctrica.
Por las afectaciones en viviendas, dos familias presentaron quejas ante la Comisión Estatal de los Derechos Humanos, confirma su presidente, Felipe de Jesús Álvarez Cibrián.
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