Mauricio Ferrer - LA JORNADA JALISCO
Regidor, si te sientes muy competente, espérate a que sea el tiempo de campañas políticas y te retamos a un debate público”, fue el cartel que enarboló ayer, afuera del vertedero de Los Laureles, en los límites invisibles de los municipios de Tonalá y El Salto, Juan Elías Franco, un pepenador cuya defensa era evitar el cierre del basurero pero que nunca supo el por qué del mismo.
-¿Cuál regidor es el que mencionas?, se le preguntó.
-Ehhh, no sé, a mí me lo dieron; mira, pregúntale a Lupe, contestó.
Lupe, un hombre moreno de unos 50 años de edad, quien organizaba a los que bajaban de un camión, tampoco supo el nombre del funcionario municipal al que culpaban del “cierre de su fuente de trabajo”.
Desde las 10 de la mañana, todavía con un cielo nublado, unos tres camiones iban llegando a ese punto donde se ubica Los Laureles, en la carretera que va de Puente Grande a El Salto.
Bajaban hombres y mujeres enfurecidos ante lo que para ellos, representa una amenaza: quedarse sin trabajo.
Desde el lunes, los dirigentes sindicales, tanto de la 15 de Septiembre (la unión sindical que reúne a unos 400 pepenadores del vertedero Matatlán, en Guadalajara), como de la Francisco Silva (la que aglutina a otros 400 de Los Laureles), habían sido avisados que ese centro de basura iba a cerrar sus puertas.
Desconocían quién lo iba a cerrar y cuál era la razón, así lo dejaron saber cada uno de ellos. Pero fueron, para hacerles “el paro” a sus compañeros. Llegaron con 400 tortas bajo el brazo, en 3 autobuses, con parrillas y carne asada; con mujeres, niños y con la ira que los cegaba, lo cual impedía que en sus mentes entraran las explicaciones que, desde las 11 de la mañana y hasta las 3 de la tarde, les describieron quienes iban a cerrar Los Laureles: unos 300 habitantes de El Salto y Juanacatlán.
“El problema no es con ustedes, es con el gobierno y con la empresa (Caabsa Eagle) que no han cumplido los acuerdos. Lo único que queremos es que se traslade a otro lugar”, se les informó una y otra vez.
Nada: rechazaban con la cabeza, lanzaban protestas con las manos y los brazos. Gritaban groserías. Ellos solo sabían que se iban a quedar sin trabajo.
Con ese argumento los convencieron desde tiempo atrás sus propios líderes. Una conversación de éstos, celebrada cerca de las 10:30 de la mañana, lo delataba.
-Esta gente viene a cerrar. La labor de nosotros es más importante, somos ecologistas y ayudamos al calentamiento global, decía Andrés Guerrero, de la 15 de Septiembre.
-La autoridad de Semades, ellos revisaron por 3 días y, si hubiera estado mal, habrían cerrado, añadió Rafael Villa Ríos, empleado de Aseo Público de Guadalajara.
-¿Sabe ustedes por qué quieren cerrar?, se les cuestionó.
-No pues no, respondieron.
-¿Saben que la gente de acá tiene problemas de contaminación?
-Pero eso viene desde arriba, dijo Villa Ríos.
-¿Desde cuándo saben que iban a cerrar?
-Desde el lunes, contestó.
-Desde hace un mes, lo sabemos por Internet, respondió Andrés Guerrero.
Mientras, algunos pepenadores tomaban piedras y se preguntaban entre ellos “¿a cuántos vas a madrear?”.
En un segundo plano, 100 antimotines y otras cinco patrullas con el logotipo de la Metropolicía, con policías de Tonalá, El Salto y Tlaquepaque.
Macanas, perros, máscaras antigases, pistolas, botas, uniformes camuflajeados y tres funcionarios del gobierno del estado: Mario Reynoso y Eduardo Peregrino de la subsecretaría del Interior, y Javier Lechuga, de la Dirección de Desarrollo Político de la secretaría general de Gobierno, eran parte del escenario de ayer. Una postal que vislumbraba violencia.
“No tiene huevos”
A las once de la mañana, las nubes habían cedido ante los rayos del sol, como las autoridades habían parcializado su participación: hacia el lado de los pepenadores.
Javier Lechuga habló en varias ocasiones con los dirigentes sindicales para que les pidieran a los pepenadores que se mantuvieran detrás de la reja de entrada, la que es resguardada por un letrero que reza: “25 años más de vida, 2008-2033”, lo que asegura que tendrá un cuarto más de existencia Los Laureles, bajo la concesión de Caabsa Eagle.
Para Lechuga, los habitantes de El Salto y Juanacatlán, los que iban bajando una colina para llegar al vertedero, eran “manipulados”.
“Son manipulados, obedecen a situaciones de algunos líderes políticos, por asociaciones ambientalistas”, expresó con desdén.
-¿Por quiénes son manipulados?, se le insistió en la pregunta.
-Por representantes políticos que tienen intereses en temas como Arcediano, Temacapulín, El Zapotillo, contestó el funcionario.
En tanto se acercaban al sitio, los pepenadores recogían piedras y rechazaban situarse tras las rejas del vertedero. Para entonces, ya había circulado, vía los agentes de tránsito que patrullaban el lugar, que los habitantes de los municipios, venían con palos.
Pero estos nunca se vieron en comparación de todo el armamento que traía consigo la policía estatal. Solo llegaron hombres, mujeres, niños, ancianos, adolescentes, acompañados de un equipo de sonido que se quemó en cuanto la camioneta se estacionó afuera de Los Laureles, lo que causó la burla de parte de los pepenadores, quienes ya habían formado una amplia valla humana.
Los gritos iban de un lado a otro y en medio, Mario Reynoso junto con los otros dos empleados del gobierno estatal.
El regidor del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en Juanacatlán, Santiago Márquez Torres, se acercó al burócrata. Este último pidió lo de siempre: “nombren una comisión para dialogar”.
Después de varias peticiones, el regidor lo consultó con el pueblo. Este accedió con bandera en mano: una lona que decía “El Salto y Juanacatlán, subsede de los Juegos Panamericanos” y mostraba la imagen de una mujer nadando en un río, el Santiago.
-¿Por qué a ellos se les pide una comisión y de este lado (de los pepenadores) no?, fue una pregunta para Reynoso.
-Sólo será un diálogo entre habitantes, autoridades del gobierno del estado y municipales, respondió.
Ya eran casi las 12:30 del día. La sed amenazaba. Una tiendita a un costado del basurero era el único punto de concordia: pepenadores y habitantes entraban y salían de ella en busca de refrescos, de papas, de algo de comer. Solo se les negaba la cerveza, pues por órdenes del Ayuntamiento, el día 18 estaba prohibida la venta de la bebida, se leía en un pizarrón.
La fiesta se hizo de un lado y de otro: música, comida, un partidito de futbol, ingenios para matar el tiempo.
Los habitantes de El Salto y Juanacatlán exigían que “hoy, hoy, hoy” se llamara a funcionarios de primer nivel para atender el problema que cerrarían por que estaban “hartos” de mesas de diálogos.
Las horas pasaron. La información fue abundante: 72 millones de toneladas en 75 hectáreas de terreno que comprenden Los Laureles; la llamada “zona muerta” del lugar que nunca ha sido investigada por Medio Ambiente; y la advertencia que el titular de la Procuraduría Estatal para la Protección al Ambiente (Proepa), Fernando Montes de Oca, les hizo a los lugareños días antes: “tengan cuidado, que tal si los pepenadores salen con sus ganchitos o navajas”, según relataron.
A las 2 de la tarde, los antimotines agitaron la situación. Se formaron con sus escudos, con sus máscaras, con sus fusiles, con su mirada perdida en el horizonte, atendiendo órdenes. Igual pasó con los policías de Tonalá, quienes se interpusieron entre los habitantes de El Salto y Juanacatlán y la entrada del vertedero.
Así, entró el primer camión de la empresa, el número 252 y tras de él, uno, dos, tres y hasta las tres de la tarde, ya más de 40 unidades de recolección habían ingresado con más basura.
La gente de los municipios responsabilizó a Reynoso de atender a los intereses de la empresa y no los del pueblo.
Reynoso no volvió a salir al frente hasta pasadas las 14:30 horas, cuando los lugareños aceptaron un diálogo para el próximo miércoles de julio en la presidencia municipal de El Salto, con pantallas, para que el pueblo se entere de lo que se negociará ese día.
“Pero de eso (las pantallas) se encargan ustedes”, les dijo el subsecretario.
Mientras el subsecretario se retiraba entre policías y pepenadores, solo se escuchó el grito de una mujer: “¡No tiene huevos!”.
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