Tlachichilco, Agustín del Castillo. PÚBLICO-MILENIO
A los catorce años, don Cirilo Vázquez Ortega veía a sus mayores dedicar sus afanes a sembrar chile por todas las playas del lago de Chapala, entre Tlachichilco del Carmen y San Juan Tecomatlán. Ni siquiera existía la presa que ahora sirve para irrigar las tierras bajas. La ruta a Chapala era una vereda para bestias, y el grueso del comercio se hacía por agua: el lago era una especie de autopista por la que viajaban vapores, barcos y lanchas entre Ocotlán, Tizapán, Chapala y Jocotepec.
De eso ya hace 64 años. "Las tierras se regaban por unas norias, tenían unas ruedas grandes de madera y tenían unos cubos, y a pie agarrábamos unos palos y nos subíamos a esas ruedas, y las pisábamos y ahí se venía el agua, que se iba por un chorrito, como un molino", explica este hombre, casi octogenario, en la cálida plaza de Tlachichilco, con su capilla azul como fondo y el bullicio de los niños en el kinder ubicado al lado de la plaza.
Cuando no era por lancha, los chiles y la pesca se transportaban en bestia, se brincaba el cordón de montañas del norte y se llegaba a la estación de ferrocarril en Atequiza.
"Era un chile verde, medio grande, que no era muy enchiloso; todo el producto se salía de la zona por medio de burros, de arrieros; a mí me tocaba ir con un tío, nosotros nos encargábamos de llevarlos".
—¿Como cuánto tiempo hacían?
—En ese tiempo no traíamos reloj. Pero con las puras estrellas nos salíamos, y llegábamos como en dos horas y media. Llegaba el tren de las ocho, que salía para Guadalajara, echábamos ahí todo el producto; nos daban diez o quince centavos por la cargada, y regresábamos al otro día para recoger la carga que se iba para Zacatecas, me acuerdo muy bien, porque iban rotulados los bultos, el envase, para mandarlo a diferentes partes del país; se mandaban a Zacatecas, a Ciudad Juárez, a Chihuahua, a Querétaro, a la Ciudad de México…
Alrededor de 1944 "empezó a venir una troca de muy allá, esa traía jitomate del rumbo de Mezcala, y después de eso empezó a hacerse lo que era el camino real, y a entrar un camión; ese camión iba un día para Guadalajara y regresaba en la tarde; había muchos pasos angostos que en las aguas se atascaban…".
Más tarde, tal vez en los años 60, entró la ruta de la Cooperativa de Chapala, "con camiones más enteros pero nomás en tiempo de secas; en las aguas no había servicio porque no servía el camino".
La modernización la trajo la apertura del fraccionamiento Galápagos, de la familia Matute Remus, asentada sobre tierras comunales cuyo valor ignoraban los indios.
La llegada del famoso Dan, un caballero texano, es muy posterior, en más de 20 años. Los comuneros de San Juan ya habían sido afectados por "inversionistas tapatíos", cuya herencia también es actualmente controvertida. Don Cirilo suspira por una vida dura pero idílica, la de los indios antes del "progreso".
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