En la reserva de Manantlán no sólo vive el famoso Zea diploperennis: también alberga a 10 por ciento de las especies vegetales y animales que viven en todo México. Foto: Marco A. Vargas
Agustín del Castillo - PÚBLICO
La Universidad de Guadalajara nunca ha dado a Monsanto acceso a los recursos genéticos de la sierra de Manantlán. Y el teocintle Zea diploperennis, maíz silvestre cuyo descubrimiento dio reputación mundial a estas montañas, jamás ha sido objeto de contratos entre la empresa estadunidense y la casa de estudios.
Sin embargo, ambas entidades sostuvieron una relación de trabajo por cinco años que significó el pago de casi 1.5 millones de pesos a la casa de estudios, en la cual se abordaron las interacciones entre las plagas, los maíces transgénicos y los genes de teocintles primitivos de la especie Zea mays, de la cual surgió el maíz hace miles de años en esta región del mundo.
Zea diploperennis es la especie que elevó la atención sobre Manantlán. | |
Eso es en resumen lo que revelan siete documentos que forman la totalidad de los compromisos que la institución pública firmó entre 2001 y 2006 con la gigante productora de organismos genéticamente modificados, de los cuales Público posee copia.
Se trata de un convenio de “colaboración científica y tecnológica” que fue revisado en tres oportunidades para ampliar su temporalidad y los recursos destinados para su ejecución, así como de un texto con los anexos técnicos del trabajo; también existe un segundo contrato, pero “de prestación de servicios” para hacer un modelo económico de unidades productivas de maíz, con su anexo respectivo.
La riqueza de la sierra de Manantlán se ha visto afectada, y la gestión de la reserva todavía provoca polémicas. | |
Así, lo que estos escritos sí demuestran es que hay una larga relación formal entre la UdeG y Monsanto, y que el teocintle objeto del contrato es también del género Zea, pero la especie es mays (de la cual, el Zea diploperennis mananatlense y el Zea perennis del Nevado de Colima son primos).
Lo que no demuestran: que en Manantlán está “El zorro en el gallinero”, como tituló la periodista Silvia Ribeiro un artículo en La Jornada fechado el 29 de agosto de 2005, en el cual denunciaba el presunto arribo de Monsanto al territorio protegido más importante del occidente del país.
No obstante, el tamaño de la primicia parecía fuera de duda. Desde antes de la creación de la reserva de la biosfera se había establecido el enorme valor del descubrimiento del Zea diploperennis (Science, 1979): el pariente primitivo porta material que puede mejorar y revigorizar genéticamente las actuales razas de maíz, pues resiste cuatro de las siete principales enfermedades virales, los nemátodos (gusanos microscópicos que atacan las raíces), las plagas del suelo y el “enanismo”. Además, es tolerante a la humedad, las heladas y las malezas, por ser morador milenariamente adaptado a las tierras altas. Por si le faltaran virtudes, puede ser hibridizado libremente.
En la reserva de Manantlán no sólo vive el famoso Zea diploperennis: también alberga a 10 por ciento de las especies vegetales y animales que viven en todo México | |
Ni modo que la temible Monsanto no aprovechara la avidez de algunos “malos mexicanos” para obtener esta moderna versión de la piedra filosofal (¿acaso no se puede convertir el maíz en oro?).
De esta manera, el texto periodístico metió en los medios de comunicación una disputa en la que se cuestiona el papel efectivo de la UdeG como protectora de un valioso patrimonio natural y cultural, atizada por el conflicto interno en la reserva de la biosfera, que cumple cinco años, y sin duda montada sobre el discurso disidente al control, juzgado antidemocrático, que mantiene en la Universidad el grupo que preside el ex rector Raúl Padilla López. Los opositores al también ex diputado perredista vieron en esta increíble noticia de entreguismo y corrupción una oportunidad difícil de desperdiciar.
Y como sucede en muchas disputas por el poder, citando a los clásicos, la verdad fue la que padeció.
La reserva cumple hoy 21 años de creada. | |
Por allá, el astuto zorro sí pasó
El 15 de junio de 2001, se firmó el “convenio de colaboración científica y tecnológica” entre la UdeG, representada por el rector Trinidad Padilla López y por el entonces secretario general Carlos Briseño Torres, y Monsanto Comercial, SA de CV, “representado en este acto por el director de tecnología, Dr. Jesús Eduardo Pérez Pico, y su apoderado legal, el CP. Alfredo Ruiz Trillo”.
El objetivo: “Realización del proyecto denominado: Autoecología del teocintle. Plagas. A tal efecto, Monsanto proporcionará a la Universidad los recursos necesarios para que ésta realice una serie de investigaciones de campo, las cuales consisten en practicar muestreos para determinar las poblaciones de insectos en maíz y teocintle pertenecientes a las razas geográficas Chalco, Balsas y Mesa Central”.
Agrega: “Se realizará el estudio sobre la especie Zea mays en las regiones de Valles Altos [Chalco-Amecameca y Texcoco de Mora, en el Estado de México, y Serdán, en Puebla], Subtropical [Guachinango-La Ciénega, en Jalisco], Tropical [Villa Purificación, Ejutla y San Lorenzo, en Jalisco] y Bajío [Churintzio y Copándaro, en Michoacán, y La Barca-Poncitlán, en Jalisco], mismas que se especifican en el apartado uno del Anexo del presente convenio…”. Se trata de variedades de Zea mays subespecie mexicana y Zea mays subespecie parviglumis.
El anexo subraya que, “evolutivamente, el maíz es considerado como el descendiente domesticado de una especie tropical de teocintle [Zea mays subespecie parviglumis]. El teocintle es una gramínea silvestre que actualmente se encuentra restringida en forma natural a ciertos lugares de México y Centroamérica […]; al teocintle, considerado el pariente más cercano del maíz, algunos autores le han atribuido gran influencia en el incremento de la variabilidad y la formación de las principales razas de maíz en México, debido entre otras razones al sistema de reproducción que permite la hibridación natural en ambos sentidos, lo cual hace posible un constante flujo de genes…”.
Sin embargo, no está del todo claro este papel, añade el documento, pues hay hipótesis contrarias, que indican una presunta dificultad de intercambiar genes. Y viene la justificación del acuerdo con la controvertida transnacional: “La incorporación del maíz transgénico a la práctica agrícola ha generado múltiples preguntas referentes al posible impacto del flujo genético con especies nativas. Esto es de especial interés para nuestro país en virtud de la gran riqueza genética existente. Sin embargo, debemos pasar de la inmovilidad que impone la moratoria de facto en la experimentación —que en el mejor de los ejercicios teóricos permitirá conclusiones sin valor práctico— a la realización de investigaciones directamente con el teocintle, sin mayor dilación, antes de que la actividad humana, referida como crecimiento urbano, deforestación y actividades ganaderas lleguen a terminar con él, sin siquiera haber evaluado el posible impacto de las nuevas tecnologías en tal especie y haberlo aprovechado tanto en las comunidades campesinas o en el programa de mejoramiento genético”.
La pregunta fundamental que se quiere contestar: “¿Es afectado el teocintle por alguna de las plagas, o en general por las mismas que atacan al maíz?”.
El monto inicial a pagar fue fijado en 54 mil dólares; la entidad en la UdeG que desarrolló el trabajo fue el Centro Universitario de Ciencias Biológicas y Agropecuarias (CUCBA), a cargo del investigador Jesús Sánchez González. El anexo al convenio estipula que el trabajo se realiza durante 2001 y 2002, y se pagan 510 mil pesos.
El 18 de junio, tres días después, se firma un “convenio modificatorio al convenio de colaboración científica y tecnológica”. El objetivo: se cambia la cláusula segunda para convertir en definitiva los montos a pagar de dólares a pesos; y la cláusula octava, donde la Universidad debía obtener el permiso de Monsanto para publicar los resultados; de este modo, se da libertad a ambas partes de publicar los resultados sin consultar, pero otorgando los créditos correspondientes.
El 14 de junio de 2002 es la fecha del cuarto documento. “Convenio modificatorio al convenio de colaboración científica y tecnológica de fecha 15 de junio de 2001”. El objetivo fue prorrogar el primer convenio. El nuevo monto a pagar: 160 mil pesos. Las actividades de investigación de campo que se desarrollarían para identificar a las diferentes poblaciones de insectos que afectan al teocintle y al maíz, se restringirían a cuatro localidades: Texcoco, Estado de México; Churintzio, Michoacán; San Lorenzo, Jalisco, y Guachinango, Jalisco. La entidad y el investigador responsables fueron los mismos.
Un año después, se firmará el tercer convenio modificatorio, que establece una nueva prórroga, con un nuevo pago de 250 mil pesos, y radica el estudio de Zea mays a cuatro localidades: Churintzio, en Michoacán; San Lorenzo, Ejutla y Guachinango, en Jalisco, con los mismos responsables de los trabajos.
El sexto documento de esta relación entre la UdeG y Monsanto es un “contrato de prestación de servicios” fechado el 1 de febrero de 2006.
El objetivo fue diseñar un modelo económico de unidades productivas de maíz, por el que la casa de estudios cobraría 563,615 pesos. La especie nuevamente es Zea mays, pero no se especifica el lugar. El responsable fue el investigador Ricardo Arechavala Vargas, del Centro Universitario de Ciencias Económicas y Administrativas (CUCEA).
El séptimo y último texto explica el proyecto, elaborado por el propio académico, a la sazón director del Instituto para el Desarrollo de la Innovación y la Tecnología en la Pequeña y Mediana Empresa, del CUCEA.
Se trata de “desarrollar un modelo económico de la operación de parcelas de maíz en tres escenarios: rústico, medianamente tecnificado y altamente tecnificado, que permita evaluar las variaciones en productividad y en rentabilidad que pueden atribuirse a distintos insumos, particularmente el maíz genéticamente mejorado, resistente a insectos y tolerante a herbicida”. En seis meses (alrededor de julio de 2006) se debieron entregar los resultados a la empresa contratante.
Al zorro le cuelgan otros milagritos
Investigadores del Imecbio, del Centro Universitario de la Costa Sur (CUCSur), de la UdeG y, en su mayor parte, miembros de la asociación civil Fundación Manantlán para la Biodiversidad de Occidente (Mabio), fueron señalados de avalar la presunta entrega a Monsanto de los tesoros genéticos de Manantlán.
Rogelia Justo Elías, presidenta de la Unión de Pueblos de la Sierra de Manantlán, y Martín Gómez García, ex director de la reserva, asesor de grupos ejidales y del Ayuntamiento de Cuautitlán, fuertemente confrontados con el grupo Universidad, se lo dijeron a Proceso (edición del 3 de junio de 2007).
Pero ya tenían mucho tiempo señalando a Ramón Cuevas Guzmán, Enrique Jardel Peláez, Eduardo Santana Castellón, Salvador García Ruvalcaba, Sergio Graf Montero y Luis Manuel Martínez Rivera, quienes les habían respondido in extenso en una carta fechada el 29 de septiembre de 2006, dirigida a los miembros de los consejos asesores de la reserva de la biosfera y al presidente de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), Ernesto Enkerlin Hoeflich. Allí, negaron la acusación como parte de una campaña calumniosa en su contra.
“Con la compañía Monsanto no se tiene relación […] la confusión sobre este punto ha sido generada por el hecho de que un investigador de la UdeG, Roberto Miranda Medrano, del Departamento de Producción Agrícola del CUCSur, quien no forma parte del Imecbio, colaboró hace unos tres y medio años en un proyecto de colecta de semillas de maíces y teocintles con fines de investigación en la sierra de Manantlán. El entonces director de la reserva, Martín Gómez García, estuvo informado al respecto como muestran documentos. Dicho proyecto no estaba financiado por Monsanto. [Pero] el mismo investigador también participó en otro proyecto que implementaba el CUCBA, con sede en Zapopan, que sí estaba financiado por Monsanto y contaba con permisos de colecta otorgados por la Secretaría de Medio Ambiente [Semarnat]”, explicaron, en relación con el mismo convenio reseñado arriba.
Los científicos advirtieron que si bien no están de acuerdo con este tipo de colaboraciones, “nosotros no tenemos por atribución definir convenios o investigaciones que implementan los miles de investigadores de la UdeG. Lo que sí podemos hacer, y hacemos, es inconformarnos y proponer que no se permitan investigaciones que afecten el patrimonio biológico de los mexicanos en la sierra de Manantlán y en otras regiones de México”.
Añadieron: “Consideramos que la Conanp y los consejos asesores deben adoptar mecanismos efectivos para evitar posibles acciones de biopiratería en las áreas protegidas, y llevar a cabo acciones concretas de conservación de los recursos genéticos del maíz y sus parientes silvestres, controlando el impacto potencial de los organismos genéticamente modificados”.
De hecho, afirmaron haber colaborado con el Instituto Nacional de Ecología en una exploración científica “para determinar si existían efectos de transgénicos en variedades de maíces criollos en la sierra de Manantlán”. No se encontraron evidencias en ese sentido.
¿Zona libre de transgénicos?, o los motivos del zorro
Hasta donde se sabe, el único sitio del planeta donde vive el Zea diploperennis es la sierra de Manantlán. Por si fuera poco, estas montañas, protegidas desde 1987, cuyo decreto cumple hoy 21 años, albergan cerca de 10 por ciento de las formas de vida que tiene México y 40 por ciento de las que prosperan en Jalisco. Su potencial biológico es enorme.
Los integrantes del Imecbio y de Mabio, que siguen siendo señalados en el fragor de la crisis interna que vive Manantlán —agravada por el papel cada vez menos protagónico del gobierno federal en su gestión—, recuerdan que se alcanzó hace casi año y medio un punto de acuerdo en los consejos asesores de la reserva de la biosfera, que proponía realizar talleres y llegar a una declaratoria que deje a Manantlán como “zona libre de transgénicos”. Pero la Conanp y la dirección del área natural protegida no han avanzado en su cumplimiento.
El pasado 19 de marzo, el gobierno mexicano publicó el Reglamento de la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados. Allí se abre el permiso a la siembra de transgénicos y promete, en 60 días, un “régimen de protección especial para el maíz” del cual nada adelanta.
Son tiempos propicios para el astuto zorro, que merodea cada vez más cerca de un gallinero agitado por sus leyendas.
El alumbramiento del Zea diploperennis
Fue en diciembre de 1978, en las alturas de San Miguel, en una sierra de Manantlán que todavía no salía de décadas de un asfixiante cacicazgo forestal, dominado alternativamente por Longinos Vázquez, por Antonio Correa, por Guadalupe Michel, alias el Cazango, y apoyado en las botas de los militares o de la policía judicial.
Rafael Guzmán Mejía narró lo que encontró, y que cambiaría la historia de estas montañas: “Cuando llegamos a los 2,400 metros sobre el nivel del mar, había niebla; después de caminar casi medio día, finalmente encontré las plantas del maíz silvestre entre la hierba. Pensé en una nueva localidad para Zea perennis y registré los ejemplares colectados con el número 777, y así se distribuyó a varios herbarios del mundo; este paratipo fue utilizado para la descripción científica de lo que sería Zea diploperennis: una nueva especie de maíz” (entrevista con Salatiel Barragán, México desconocido 278, abril de 2000).
Para los nahuas de San Miguel, es una hierba que siempre ha estado allí, y le dan uso forrajero. Alcanza entre 1.5 y 2.5 metros de altura, tiene hojas alargadas, mazorcas pequeñas de cinco centímetros con granos diminutos. Su descubrimiento fue esencial para que, ocho años más tarde, se protegiera a Manantlán, sobre la base de mantener las restringidas poblaciones de un pariente silvestre de la gramínea más importante para la alimentación mundial, llena de información genética valiosa para su mejoramiento.
De este modo se engrosó la lista de teocintles o maíces primitivos sobre el territorio nacional. Resultó que Jalisco, con dos especies aparentemente endémicas a su territorio (el Zea diploperennis y el Zea perennis del Nevado de Colima), y otras de más amplia distribución, se convertía en eslabón esencial para la conservación de estas plantas propias de Mesoamérica, de Durango a Guatemala, el patrimonio genético de donde surgió el maíz.
Este teocintle sólo ha sido encontrado sobre 400 hectáreas, tanto en San Miguel como en el laboratorio de Las Joyas, ambos en Manantlán, y requiere de ambientes abiertos y perturbados para prosperar.
Cinco años de crisis en la reserva
La sierra de Manantlán, una de las 25 reservas de la biosfera más importantes de México, vive inmersa en una crisis política agravada por la aparente automarginación de sus grandes proyectos y de sus grandes discusiones que está afectando el papel de la dirección del área, encabezada por Marcelo Aranda Sánchez
La dirección depende de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp). El organismo federal, creado en 2001, tiene la responsabilidad de proteger los recursos naturales y sociales de Manantlán, para lo cual ha nombrado en cinco años a tres directores de la reserva y ha sostenido dos interinatos, lo que, a juicio de sus detractores, demuestra incapacidad creciente para hacer frente al complejo mapa de intereses que coexisten en la reserva
Sus críticos, en la Universidad de Guadalajara y en las comunidades de la sierra, ven a la dirección de la Conanp con intenciones de reducir la participación social y sus costos, pese a que ese fuerte componente ha sido elogiado en este proyecto de conservación. A pesar de que niega estos señalamientos, presentó en los meses previos una propuesta para reducir la presencia de algunos sectores en los consejos asesores, y dejarlos éstos dentro de los estrechos límites de lo que señala el Reglamento de Áreas Naturales Protegidas
Un segundo elemento polémico de la propuesta es que se reducía la representación de comunidades, pero se le abría a sectores históricamente enemigos del modelo de conservación, como los madereros y los mineros, contra los que lucharon los indígenas de Manantlán previo a la declaratoria de reserva de la biosfera, que cumple este día 21 años de haber entrado en vigor
Por si fuera poco, la autoridad ha decidido salirse de otros espacios de gestión en los que participaba activamente. El caso más importante es la Iniciativa Intermunicipal para la Gestión de la Cuenca del Río Ayuquila, que ha extendido las premisas de desarrollo con respeto a los recursos naturales que nacieron en Manantlán, a un espacio casi siete tantos mayor al de la reserva. Allí, la dirección de la reserva dejó por primera vez en nueve años la secretaría técnica de la junta
La Universidad de Guadalajara mantuvo un fuerte liderazgo en el proyecto por medio del Instituto Manantlán de Ecología y Conservación de la Biodiversidad (Imecbio), organismo creado ex profeso para la gestión del proyecto de conservación, y da en buena medida vida a los proyectos colaterales a la reserva, ante el abandono de ésta. El primer director de Manantlán fue Sergio Graf Montero, que mantuvo el clima de colaboración con la casa de estudios. Los problemas comenzaron con la llegada de Martín Gómez García a la dirección de la reserva, quien sostuvo una relación difícil y luego abiertamente conflictiva con la institución
Graf Montero, ex director de Manantlán, y diversos científicos de Imecbio, como Enrique Jardel, Eduardo Santana, Salvador García Ruvalcaba, Ramón Cuevas Guzmán y Luis Manuel Martínez Rivera, formaron en 2003 la Fundación Manantlán para la Biodiversidad de Occidente (Mabio, AC), la cual ha recibido diversos apoyos institucionales para proyectos dentro y fuera del área protegida. Esta institución ha sido fuertemente cuestionada por Gómez García y por la presidenta de la Unión de Pueblos de Manantlán, Rogelia Justo, pues la acusan de pretender quedarse con la coadministración de Manantlán, lo cual niegan los académicos de forma tajante
Paradójicamente, quienes sí lanzaron una propuesta para coadministrar el área, aprovechando las reticencias de la Conanp, fueron los propios críticos de la Mabio, apoyados en la Presidencia Municipal de Cuautitlán y en diversas organizaciones de derechos humanos. El movimiento al que están integrados ha enarbolado una crítica sistemática contra el papel de la UdeG y el gobierno en el área, pero, a su vez, han sido acusados de aglutinar en su seno a algunos de los viejos caciques que siempre se han opuesto a la conservación de Manantlán porque, a su juicio, eso no deja para comer
El decreto de Manantlán, firmado por el presidente Miguel de la Madrid Hurtado el 5 de marzo de 1987, y publicado en el Diario Oficial de la Federación el 23 de marzo siguiente, señala: “Se declara la Reserva de la Biosfera Sierra de Manantlán, como área que requiere la protección, conservación, mejoramiento, preservación y restauración de sus condiciones ambientales, con una superficie de 139,577-12-50 hectáreas, ubicadas en los municipios de Autlán, Cuautitlán, Casimiro Castillo, Tolimán y Tuxcacuesco, en el estado de Jalisco, y Minatitlán y Comala, en el estado de Colima”
En 1987, al momento del decreto, la mayor parte de los municipios de la sierra se consideraban entre los más marginados del país, a pesar de la actividad de aprovechamiento forestal realizada desde 1940, y de la actividad minera. Ninguna fue detonadora del desarrollo. En cambio, hubo conflictos internos. Las existencias de madera se redujeron entre 60 y 70 por ciento en los bosques explotados en comunidades agrarias como Ayotitlán y Ahuacapán. Se generaron además problemas de impacto ambiental sobre la hidrología y el hábitat de la fauna silvestre
En 2008, faltan indicadores para medir progresos, aunque la tala clandestina se ha reducido y los bosques están recuperados. Hay una fuerte presión de mineros para explotar yacimientos ferrosos, y de los alcaldes para ampliar los aprovechamientos en la sierra bajo la premisa de combatir la pobreza, lo que ha tornado aún más compleja la gestión de la reserva.
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