Aparentemente los días de la semana son iguales en San Sebastián del Oeste. Nada irrumpe la quietud de las calles, la gente habla como en secreto y no hay sonidos que desentonen con la tranquilidad del sitio. Su vegetación natural, abundante de helechos y orquídeas, sus casas con techos de teja y pintadas de rojo y blanco, el olor a café de la entrada del pueblo y sus empedrados, son el marco del cuadro de cada jornada.
San Sebastián del Oeste limita al norte con Nayarit; al sur, Mascota; al este, Guachinango y Mascota; y al oeste, Puerto Vallarta. El esplendor y la riqueza distinguieron los orígenes de este pueblo minero, construido en la pendiente de un cerro.
De su época de florecimiento económico, ha conservado sus casonas, con techos de tejas que cubren los corredores exteriores e interiores, alrededor de la gran plaza con su kiosco porfiriano.
En la cabecera municipal son varios los edificios que se destacan, como el Pabellón Mexicano, transformado en hotel; la iglesia, dedicada a San Sebastián, reconstruida después de que un temblor destruyó en 1868 el antiguo edificio de adobe y madera edificado por los franciscanos dos siglos antes; la Posada del Sol con su arquería colonial.
Sus 600 habitantes, en su mayoría ancianos, parecen vivir en otra época, sin estrés. Las mujeres interpelándose de casa a casa, los mayores tomando el sol en los portales, los niños jugando en la plaza, los escasos jóvenes paseando a caballo, se mueven con tal tranquilidad que parecen detener el tiempo.
En las afueras, se pueden visitar varias haciendas como la Jalisco, ubicada en la entrada del pueblo, cruzando unos campos azules de agaves, que hoy es un hotel-museo que conserva sus instalaciones de transformación del metal.
Los movimientos aletargados de los habitantes y la poca circulación de autos, se transforma los viernes, día en que reciben cerca de 300 visitantes nacionales y extranjeros en búsqueda de tranquilidad y contacto con la naturaleza.
En esta serena realidad aparente, hay otra que se esconde. Pertenece a habitantes entusiasmados en que su pueblo sea declarado Patrimonio de la Humanidad y Pueblo Mágico. Para ello trabajan, no sólo porque consideran en que el pueblo se merece ambos nombramientos, sino porque ven en ellos la posibilidad de fuentes de empleo y lograr así que los jóvenes no emigren a otras ciudades o a Estados Unidos.
Las gestiones para conseguir ambos nombramientos están bastante encaminadas. La conservación de la traza original del pueblo y su entorno han provocado que San Sebastián del Oeste esté incluido en la lista indicativa de México, que está integrada por ciudades y monumentos candidatos a ser Patrimonio de la Humanidad. Por esta razón, el fin de semana pasado recibió la visita del Icomos, organismo no gubernamental sin fines de lucro, que asesora a los sitios postulantes.
Además San Sebastián del Oeste es el pueblo que encabeza la lista de solicitudes de Jalisco para ser declarado Pueblo Mágico, nombramiento que podría concretarse en el 2009.
El centro minero de la Nueva España
Los españoles llegaron en 1524 al intricado territorio de Hoxtotipac en el corazón de la Sierra Madre Occidental, habitado por tribus nahuatlacas a poco tiempo de la conquista. Después del descubrimiento prometedor de vetas de oro y plata, fundaron en 1542 tres reales a unos kilómetros uno del otro: Real de Resurrección -hoy Real Alto-, Real de los Reyes y Real de San Sebastián.
La explotación de los metales preciosos y comunes duró menos de un siglo: las vetas enterradas presentaban dificultades importantes para la técnica minera de la época y la explotación a gran escala fue abandonada.
La explotación se interrumpió con la revolución y fue abandonada en los años 20. Hoy en día, San Sebastián cuenta con 600 pobladores. Sólo una mina de la región está en actividad: la Quiteria, situada en Los Reyes y en la actualidad da empleo a 50 personas.
Los habitantes dicen que el pueblo se durmió al principio del siglo XX cuando la última mina en actividad cerró, para despertarse en el siglo XXI, con su trazado original y sus casonas señoriales casi intactas, y presentar su solicitud de inscripción en la lista del patrimonio mundial de la UNESCO.
Los habitantes tienen pocas posibilidades de empleo. Es una zona en donde no hay producción agrícola ni ganadera, y la mayoría vive de sus negocios familiares establecidos con dinero que obtuvieron en Estados Unidos o que envían sus familiares. Otros trabajan en el ayuntamiento y muchos viven de lo que deja el turismo, que se concentra mayoritariamente los fines de semana.
“Tenemos un promedio de 200 a 300 turistas por semana que se hospedan, alimentan y están días, se quedan los fines de semana. El turismo que viene directamente a San Sebastián y deja una derrama económica es el mexicano, el que viene de Guadalajara, de Puerto Vallarta”.
“Se les ofrece senderismo, paseos en cuatrimotos, paseos a caballo. En el 2009 habrá paseos en calandrias, taxis ecológicos, hay proyectos que aumentarán la infraestructura de paseos en cuatrimotos”.
El alcalde asegura que los habitantes trabajan en la construcción, en los hoteles, restaurantes, haciendo mandados a Puerto Vallarta y Mascota.
“En sí la población vive del turismo, antes de los recursos forestales y ganadero en menor escala. Pero hoy ya no derrumban ni un árbol porque no hay necesidad”, dice.
“Los problemas que tenemos es la recesión económica, nos está pegando. Ya están llegando la gente de Estados Unidos. Ahorita a cuenta gotas, pero creemos que a fin de año vendrán en cadena. Tienen licenciaturas y por falta de oportunidad se fueron a Estados Unidos y que escuchan lo que está sucediendo en el pueblo y vienen deseosos de participar. Tienen sus casas, terrenos y vienen a incorporarse.
“La verdad es que los necesitamos porque el municipio estaba dormido, a nadie le interesaba el desarrollo querían vivir de la misma forma, una vida apacible, pero hoy en día no se puede, tenemos que trabajar más horas, aprovechando la luz del día porque las necesidades son mayores. La gente se está preparando, tenemos un centro de cómputo e inglés y pasa lleno diario. Sienten la necesidad de prepararse. Están estudiando turismo y economía. Tenemos seis egresados de turismo y vienen con otra visión y cargados de energía”.
El presidente municipal reconoce que la solicitud de los nombramientos como Patrimonio de la Humanidad y como Pueblo Mágico se remonta a 2005, pero fue en su administración cuando se impulsó ambas candidaturas con “más responsabilidad”. Para ello trabajan en la pavimentación de los accesos al pueblo y en las ramificaciones a las demás comunidades, con inversiones que ascienden los 60 millones de pesos.
“El año que viene se invertirá en un proyecto turístico con una presa de pesca deportiva con cabañas y restaurante, el mirador de La Bufa con restaurante y cabañas y senderos para caminar en Los Reyes. El Real Alto, Los Reyes y San Sebastián conforman los tres reales de minas, donde, en siglos anteriores, estuvieron tres empresas trabajando fuertemente”.
Además el gobierno municipal ha reforzado los reglamentos para mantener la originalidad de las viviendas. “Son casas levantadas de adobe hecho de tierra, y si es tabique tiene que ser ocultado con enjarre liso hacia arriba, el guardapolvo debe ser chino, que se pinta de rojo óxido y todo el resto de la casa de blanco. Las ventanas y puertas deben ser de madera y las protecciones de hierro forjado. El techo de madera con tejas. Las llaves deben ser rústicas, de las antiguas, pero la gente se las ingenia para que la chapa sea la misma pero se puede abrir con otra llave”, dice.
“Las banquetas deben estar recubiertas de ladrillo o piedra laja o cantera. Los marcos deben ser resaltados, con enjarre o con madera. No puede encontrarse una puerta sin marco”.
Alvarez sostiene que le resulta cada vez más difícil lidiar con los foráneos que compran terrenos en San Sebastián o en sus inmediaciones para construir cabañas. Asegura que si bien ya tienen el permiso de la Secretaría de Desarrollo Urbano (Sedeur) para edificar 300, el crecimiento debe hacerse de manera ordenada para no perder la originalidad de las construcciones.
“Si lo crecemos de manera desordenada lo vamos a echar a perder, es mejor conservarlo como está. El turismo extranjero nos va a dejar cuando San Sebastián tenga cabañas, por eso ya tenemos nuestro plan de desarrollo que va en dirección a La Estancia. Estamos hablando de 300 a 400 metros construibles a un lado del acceso, es un terreno ya deforestado y que no llegan al bosque”.
Una vida habitada de reliquias
La riqueza de la comunidad se encuentra también en sus pobladores. Se aprecia en ellos una actitud de servicio, de orgullo de su terruño y la voluntad para hacerlo florecer, como en otros tiempos.
Erik Sánchez tiene 26 años y aunque nació en San Sebastián, se crió y estudió en Estados Unidos. Motivado por la fábrica de café orgánico de su familia, retornó hace 10 meses para aprender los pormenores del negocio familiar de seis generaciones.
“Los de mi edad, todos se van. Hay muy poca gente como yo para convivir. A mi el amor paternal me hizo quedarme, pero para un chavo de cierta edad que ha vivido en otra ciudad, venirse para acá es un cambio muy drástico. A las seis de la tarde das vueltas y vueltas y no encuentras nada hacer”, cuenta.
Dice que San Sebastián le hace falta la energía de los jóvenes para solucionar sus principales problemas como “el empleo y la falta de apoyo a microempresarios. Aquí hay mucho cacique, es gente que viene de otra parte, de unos 40 años hacia atrás, y se adueñan de los terrenos. Hacen dinero a base de cosas que no son de ellos. Empiezan a invadir caminos viejos, ya no hay paso para los caballos, tampoco para andar a pie”.
Una vida fascinante y original es la de doña Conchita. Fotografías, cajas, baúles, sillas antiguas, vajillas de China, máquinas de cocer, básculas, vitrinas con portarretratos integran el entorno de esta mujer que nació en Tamaulipas pero en su juventud se fue a vivir a San Sebastián, pueblo en donde nació su padre.
“Me gustó y me quedé. Me casé y fui ama de casa, me dedicaba a los quehaceres de la casa, hacía galletas, licores, chorizo. Tuve 4 hijos. Cuando llegué no había agua, drenaje, luz eléctrica”.
Doña Conchita dice que desde niña le gustaba juntar papeles, razón suficiente para justificar que durante años se dedicó a recolectar fotografías y objetos que pertenecieron a la familia de su padre. Imposible es para ella decir cuántas tiene, pero son “miles” y a todas las exhibe en el museo que hizo en su propia casa.
“Todo pertenece a mi familia. Mis hijos y mis nietos estaban en Guadalajara me pedían conocer sus abuelos, bisabuelos, y me pedían fotografías. Pero yo no se los llevaba, les decía que si querían conocer a sus familiares, me tenían que ir a ver”.
Debido a la cantidad de objetos e imágenes que tenía, decidió ponerlos a todos en una sola sala y cada vez que un integrante de la familia la visitaba, narraba la historia de la familia.
En 1998 decidió abrir la sala al público para mostrar una intimidad que le pertenece a ella y a su familia. A cada visitante le cuenta la historia del ropón de seda China con adornos valencianos con el que se bautizaron seis generaciones, enseña las fotografías antiguas de la familia y del pueblo y muestra su ajuar de bodas.
“Hay fines de semana que atiende a 150 personas y a todas les platica la historia”, dice su hija.
Durante los dos primeros años en que el museo estuvo abierto al público, doña Conchita no cobró ni un peso a los visitantes. Pero al no recibir apoyo del gobierno municipal para el mantenimiento y limpieza de los objetos, decidió cobrar 10 pesos la entrada, que incluye una degustación de licor de faisán, fabricado también en su casa