La presión inmobiliaria, entre los principales factores, señala en el cargado de La Gloria
Juan Carlos G. Partida - LA JORNADA JALISCO
Playa La Gloria, Jalisco, 28 de octubre.- La venta de la Costa jalisciense entró en una etapa de franco remate de propiedades. La estrategia, en una región donde abundan los ejidos y las propiedades comunales indígenas, ha sido sencilla: los grandes terrenos se dividen, a cada propietario se le da la parte que le corresponde y luego llegan los cañonazos de billetes para comprarles, muchas veces a precios irrisorios, terrenos que por generaciones habían sido de ellos. A partir de ahí nacen como hongos, cabañas, hotelitos o grandes desarrollos turísticos para aprovechar lo que en su plan promocional acá en la capital jalisciense, el gobernador Emilio González Márquez definió ante inversionistas internacionales como las playas más hermosas del Pacífico en todo el continente americano.
Jorge Antonio Trejo, maestro universitario a cargo del programa de conservación de tortugas marinas que impulsa el Centro Universitario de la Costa Sur, y quien vive en el campamento ubicado en la playa conocida como La Gloria, en la delegación José María Pino Suárez del municipio de Tomatlán, hace una seña con su mano y apunta a todo lo que lo rodea, menos al mar: “todo esto ya se vendió, cada vez nos dejan menos espacio para el campamento”.
Hace apenas tres años La Gloria era un paraje solitario, donde las tortugas golfinas salían de las aguas tempestuosas con una lentitud acorde con su historia de millones de años. Estos dinosaurios marinos, a aletazos parsimoniosos emergían en cualquier desplome de ola como una paradoja a la violencia del mar, y caminaban por la arena empinada hasta llegar a unos 20, 30 metros de la orilla, para cavar solitarias el círculo de su nido de malas madres que partían dejando hasta cien huevos sepultados a su suerte. Los únicos testigos fortuitos eran los especialistas como el propio Trejo, o los estudiantes y ambientalistas que llegaban a este lugar para realizar actividades tendientes a la conservación del quelonio. Menos frecuente era la presencia de los saqueadores de huevos, hombres o perros, aunque sus estragos también eran evidentes con la muerte en promedio de 1.5 tortugas en tiempos de arribazón, una temporada de casi seis meses entre agosto y enero.
Hoy la mayor evidencia es que los quelonios tendrán que buscarse nuevos lugares para desovar. La presión inmobiliaria en un ejido que dejó de serlo y ahora se dividió en propiedades privadas, es evidente. Una pequeña laguna antes semivirgen ubicada a 200 metros del campamento, último brazo de un estero de mangles portentosos que se ve más allá, es ahora sitio de recreo para kayak rentados, para que turistas que llegan a disfrutar como tobogán las laderas que caen al vaso de agua se vayan y dejen su basura. Palapas rodean el lugar que parece emergido de un cuento de los mares del sur, pero también algunas cabañas hasta con tinacos de plástico salieron de la nada, en franca agresión con el paisaje.
“Les pagaron 40 mil pesos por cada terreno y la gente, ignorante, se compró su troca en 20 mil y los otros 20 se los tomó en dos borracheras y ya, se quedaron sin nada, sin dinero y sin terreno. La mayoría de los que compraron son extranjeros, eso quizá sea lo menos malo, porque ellos son más conscientes ecológicamente, pero lo malo es que ahora nos están haciendo presión al campamento y ya no tenemos para dónde crecer”, insiste el maestro Trejo, dolido de que su paraíso terrenal y santuario de las tortugas que por cientos de miles ha visto salir y entrar del mar, termine convertido en lugar de recreo con los pacíficos animales marinos como bufones de su diversión.
Se llama Davison Collins, es presidente y fundador de la asociación civil Tierralegre. Desde diez años atrás visita La Gloria cada año, es un amplio conocedor de las costas mexicanas y un defensor férreo de los esteros y manglares como fuente de vida para el mar y de sustento para la tierra. Quiere que el campamento La Gloria se convierta en ejemplo a las construcciones por llegar a esa zona. En alianza con Trejo, con el permiso de la Universidad de Guadalajara, buscarán hacer que ese lugar se convierta en un lugar autosustentable mediante la edificación de estructuras para albergar a más ambientalistas o voluntarios que lleguen a trabajar en apoyo de la conservación de la tortuga marina en la zona de mayor arribazón del quelonio en Jalisco.
El estadunidense define el proyecto como permacultura, una especie de diseño arquitectónico que aprovecha el medio ambiente. Planean que para la próxima temporada puedan tener las primera estructuras, naves donde el viento corra y donde quienes lleguen puedan instalarse en la arena en tiendas de campaña, o en un primero y alto nivel en hamacas y bolsas de dormir. Más arriba, un techo que aproveche las lluvias para de ahí abastecer buena parte de las necesidades del campamento. Prácticamente todo, incluidas las fosas sépticas, no serían agresivas con el entorno y, al contrario, según Collins, se buscaría tener un impacto positivo sobre la tierra o, al menos, dejar una huella más ligera.
Ahí es Tomatlán, el mismo municipio donde hace un par de meses hubo un enfrentamiento entre ejidatarios y policías estatales en otra de sus playas, por la posesión de otros terrenos igual de paradisiacos, igual de codiciados por quienes saben que ahora que hay oferta no hay que desaprovecharlos. El mismo municipio, también donde se construye un aeropuerto para atraer a más turistas hacia lo que el gobernador Emilio González Márquez apenas la semana pasada, ofreció ante inversionistas internacionales como las mejores costas del Pacífico en todo el continente americano.
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