domingo, 20 de abril de 2008

Los tecuanis de Bioto ya tienen un heredero

Proyecto para conservar jaguar en la costa de Jalisco da primer fruto.

Heracles, el macho nayarita que sirvió de pareja a la Pecas. El felino fue apartado del amplio refugio de la hembra, que se encargará sola de la cría. Foto: Marco A. Vargas

Agustín del Castillo - PÚBLICO
Cabo Corrientes

Abril no siempre ha sido el mes más cruel. Esta vez, su implacable calor solar inundó la selva de Cabo Corrientes, pero también dio a luz a los hijos de los tecuanis, las fieras proscritas

En el refugio de la aldea de Bioto, el primer día del mes, dos crías de jaguar fueron paridas por la Pecas, como primer fruto de su unión con Heracles, el apacible macho nacido en las cercanas montañas de Vallejo, Nayarit.

Madre nerviosa y primeriza, parece que su excesivo celo ocasionó la muerte por aplastamiento de uno de sus cachorros. El otro sobrevive, sin duda, pues Canek, el biólogo que ha atestiguado el suceso durante las tres semanas siguientes, ha escuchado sus maullidos demandantes en medio de las rocas y los matorrales donde su madre lo amamanta y lo protege de un mundo cada día más hostil.

Canek, biólogo, ha escuchado al cachorro en el hábitat de la Pecas.

Hay una larga y elevada alambrada que facilita la tarea: los críos pueden ser devorados por depredadores menores si la “tigra” se descuida, pero huelga decir que muy pocos osarían perturbar a una felina de 45 kilogramos, diseñada por la naturaleza para matar. Una osamenta de coatí o de tlacuache, hallada en el interior, es el mejor testimonio de que en natura aún mandan las jerarquías.

La maternidad transforma. La hembra nacida en las aguas de 2003, huérfana y rescatada de la muerte inminente, fue siempre juguetona y sociable; ahora es huraña y desconfiada, y no vacila en rugir y mostrar los dientes largos y afilados a los forasteros que perturban desde la cerca su novedoso gusto por la misantropía.

Debe agradecer la gran extensión de su espacio: once mil metros cuadrados rodeados de malla ciclónica y postería de hierro en una barranca poblada por papelillos, mojotes, primaveras, caobillas y tescalamas (también llamada matapalos, un temible y silencioso depredador vegetal), en donde brota un manantial; nada, sin embargo, que se asemeje a los amplios territorios silvestres que requiere un tecuani para cazar y sobrevivir.

Quien quizá también debería sentir gratitud de que fuera retirado a tiempo de la malhumorada pecosa es Heracles: en la naturaleza, antes de parir, las hembras pelean al macho hasta que se va, y se encargan en solitario de la crianza de los cachorros durante unos dos años, momento en que son capaces de valerse por sí mismos y alimentarse con éxito. Entonces, las jóvenes panteras se van solas por la vida y afrontan la verdad de sus verdugos: cada vez es más difícil lograr una larga existencia felina en bosques dominados por las legiones humanas y bovinas.

Así, el macho con nombre de semidiós griego puede que esté de fiesta ante la nueva progenie, que significa nuevas oportunidades de permanecer, si es que en estos seres salvajes y misteriosos mora algo parecido a “las ciegas esperanzas” (Esquilo).

Heracles está restringido a un par de celdas estrechas de pocos metros cuadrados, y se la pasa todo el día holgazaneando y husmeando el exterior con sus penetrantes ojos de jade, belleza soberana que no oculta su lado siniestro. A ratos, al anochecer, lanza sus cavernosos rugidos para estremecer la selva y tratar de refrendar sus viejos derechos al trono. El robusto felino aguarda. Gonzalo Curiel Alcaraz, el responsable técnico del proyecto de jaguar en Bioto, dice que la cría permanecerá con su madre unos seis meses, tiempo en el que se espera poder construir un confinamiento contiguo para separarla de la Pecas y que ésta de nuevo se entregue con su pareja a los suaves dominios de la carne, en busca de más descendencia.

Heracles olfatea carne. Los encargados del Refugio vigilan a los gatos.

El macho ya vio pasar sus mejores años. Rebasó siete, muy bien vividos en cautiverio, pues también fue recuperado de los cazadores y de la orfandad, y le quedarían menos de dos con buena producción de esperma, la materia prima esencial. La Pecas va sobre los cinco años de edad, y le traerán otro consorte cuando éste le falle. Pero todo será más compasivo que pelear con otro “tigre” por hembra y territorio: a Heracles le esperan muchos años más de paz y buena carne de res, una vida muelle muy distinta a la de la mayoría de su parentela de los bosques, obligadamente depredadora, tenazmente perseguida y, por lo común, condenada a morir prematuramente.

¿La belleza tiene que ser un don así de amargo?

Las dudas a largo plazo

Debido a la fragmentación del hábitat, “en el occidente de México no existe una población uniforme de jaguar, sino más bien una metapoblación con algunas áreas de mayor importancia y tamaño que otras conectadas por corredores de vegetación”, señala el documento Estatus poblacional del jaguar (Panthera onca) en la costa norte de Jalisco, elaborado por la consultoría de Curiel Alcaraz bajo los dictados de Rodrigo Núñez Pérez, presidente del subcomité coordinador de los esfuerzos para esta especie, en peligro de extinción según la Norma Oficial Mexicana 059.

El documento definitivo, que tuvo el financiamiento del Programa de Desarrollo Forestal (Prodefor) —recurso que no ha sido liquidado a la comunidad indígena de Santa Cruz del Tuito, la cual creó la unidad de manejo de vida silvestre en Bioto—, ofrece datos poco halagadores.

“… se requieren de 650 jaguares para conservar la especie a largo plazo y mantener la variabilidad genética, y sostener una población de esas dimensiones requiere entre 38 mil y 24 mil kilómetros cuadrados. Estos valores se calcularon con base en la densidad de 1.7 y 2.7 individuos por cada cien km2 obtenida mediante radiotelemetría en la reserva de la biosfera Chamela-Cuixmala [costa sur de Jalisco, cien kilómetros al sur de Bioto] […] por consiguiente, en Cabo Corrientes por sí sólo no se ofrece la oportunidad de una población viable […] el paisaje está fragmentado y los individuos presentes están más expuestos a factores antropogénicos que incrementan la mortalidad…”.

En un análisis, se determinó que “en las selvas de Nayarit y Jalisco en su conjunto, con una población ideal de 140 individuos [3.5 cada cien km2] que ocupe un área continua intacta de 4,500 km2 y no enfrente amenazas antropogénicas, tiene más de 90 por ciento de probabilidad de permanecer la especie por cien años; al incluir el efecto antropogénico, la población se reduce a 50 por ciento en los próximos diez a 20 años, y estaría prácticamente extinta a los 40 años”.

De manera que “no es posible mantener una sola población de cientos de individuos; sin embargo, es factible mantener la población de Cabo Corrientes conectada por corredores de hábitat de manera que se pueda incrementar el tamaño efectivo de la población […]”.

Sólo se han documentado dos casos del efecto genético causado por el aislamiento y reducción poblacional: con el puma de Florida (Puma concolor coryi) y el guepardo (Acinonix juvatus). “En el caso del puma de Florida, una población remanente de menos de 30 individuos que duró en constante entrecruzamiento por varias décadas sufre hoy de criptotiroidismo, anomalías morfológicas y espermatozoides deformes, lo que redujo su capacidad reproductiva […] [En el caso de] el guepardo, aunque ha superado el entrecruzamiento de hace miles de años, cuando hubo un cuello de botella poblacional, sus individuos son genéticamente idénticos, son ‘clones’ que repoblaron África a lo largo de miles de años”.

Nada similar se sabe de leones o tigres, ni de Panthera onca, los tres mayores felinos del planeta; “se puede pensar que los jaguares de Cabo Corrientes podrían, aun en número reducido, sobrevivir a largo plazo”.

Parte de la oportunidad reside en el abandono humano de un campo que ya no genera riqueza, y su migración a la ciudad o a Estados Unidos. O sea, abolir el reino omnímodo y aplastante del hombre: el retorno siquiera parcial de la naturaleza, de los abriles crueles pero llenos de vitalidad, de los fitófagos (comedores de vegetales) apaciguados y de las fieras bellas, pero libres de su larga condena.

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