domingo, 13 de julio de 2008

Hacinamiento e inundaciones por errores de cálculo, la amarga realidad en La Azucena

Inundación en La Azucena Foto: ARTURO CAMPOS CEDILLO Mauricio Ferrer - LA JORNADA JALISCO Al poder de la lluvia se sumó otro factor que ocasionó las inundaciones que en días pasados afectaron las colonias La Azucena y Jardines del Castillo en el municipio de El Salto: el entubamiento de tres kilómetros del río Santiago que en meses pasados llevó a cabo la Secretaría de Desarrollo Urbano (Sedeur). Lo que hemos visto es que este año fue rebasado el desahogo del agua, comentó Francisco Javier López Díaz, director de Comunicación Social del Ayuntamiento de El Salto. –¿Se debió en parte al entubamiento del río?, se le cuestionó. –Pues por eso las inundaciones se presentaron de manera marcada, contestó el funcionario. López Díaz añadió que el pasado viernes 10 de julio llegó un comunicado de prensa de SARE, la empresa desarrolladora de los fraccionamientos de La Azucena, en el que ésta se deslindaba de las inundaciones en las calles y casas de los habitantes. “En el boletín, ellos (los desarrolladores) adujeron que por cuestiones de una fractura en el tubo se inundó el lugar”, dijo López Díaz. En La Azucena continúan erigiéndose casas diminutas en las que viven familias numerosas. En no más de 90 metros cuadrados habitan familias disímiles a las que SARE ofrece en su publicidad que se deja ver desde antes de llegar al sitio: un padre, una madre y dos hijos –una niña y un niño–, rubios, de ojos verdes, azules, con pantalones Dockers y un automóvil mediano último modelo. Pero en La Azucena las cosas no son como lo marcan los banners de la compañía. La gentes es pobre, morena, descalza alguna y compran tortillas afuera, en la carretera, en locales improvisados con una lona junto a un gran charco, producto de las lluvias de los días pasados, en los que saltan mosquitos y otros insectos. Ayer, las lagunas secas que se ubican a unos cuantos metros de la casa donde solía vivir Miguel Angel López Rocha –el menor de ocho años que murió en febrero pasado por una intoxicación por arsénico tras haber caído al río Santiago–, estaban completamente llenas de agua. Trabajadores de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) drenaban ayer el líquido de las lagunas, de las calles, de las casas. –¿Ya vino el gobernador para acá?, se les preguntó. –No, solo hizo un sobrevuelo, contestaron. Desde las nubes, el panista Emilio González Márquez observó el pasado jueves las manchas de agua que cubrían La Azucena y Jardines del Castillo. Pero desde los cielos no se aprecia que a los pequeños que ahí habitan, que ahí juegan, les cuesta más trabajo pedalear sus bicicletas, que se les quedan atoradas entre ríos de lodo. Desde los aires, uno no se sume en el lodo al caminar. Desde arriba, no se puede oler el hediondo olor a huevo podrido; no se observa cómo los pocos espacios verdes están sumidos en agua y no se puede dar uno cuenta que, el módulo de información de uno de los fraccionadores, que se había instalado en el ingreso a la colonia en un remolque, se había dado a la fuga. Así, desde un sobrevuelo, no se pude caminar entre la gente que le echa la culpa a la “gobernadora (sic) Bety Moreno”. No se puede escuchar a una vendedora de tacos decirle a un cliente: “están contaminados” y que éste responda: “así saben más buenos”. No. Desde un avión que pasa con rumbo al aeropuerto, tampoco se sabe, como lo saben los de abajo, que hace unos 30 años, esos terrenos no eran más que humedales, vasos de agua, donde se daban unas sandiotas, dicen los que vieron el cambio de El Salto: de un lugar bello y natural a un sitio de muerte e industrial. “El agua encontró su rumbo natural”, expresó López Díaz. El líquido, buscó su entorno, el que siempre fue, mucho antes de que existieran las casi 5 mil casas de La Azucena, una especie de favela de Sao Paulo en Brasil, pero a sólo 30 minutos de Guadalajara. Ayer, todavía quedaban algunos vestigios de las aguas que subieron hasta casi un metro en algunas partes. Y solo fue en La Azucena y en Jardines del Castillo. Ambas colonias, presencian el andar del Canal del Ahogado. La primera, a sus espaldas. La segunda a un costado. Son las casas que están cerca de estas ubicaciones las que más sufrieron las inclemencias del tiempo y las de la construcción del hombre. Por Jardines del Castillo el Canal de El Ahogado pasa y dobla un poco hacia La Azucena. El arroyo hace un cuello de botella al llegar al tubo, la solución de las autoridades estatales. Un paliativo ante el problema de contaminación que resultó peor. Según trabajadores de servicios municipales de El Salto, el tubo, de no más de 24 pulgadas de diámetro, es inservible. “Se necesitan unos de 48 y unos tres por lo menos”, comentó uno de ellos mientras me mostraba el final del tubo, que va a dar a la cascada que divide a El Salto y Juanacatlán. Nunca se pudo ver al tubo… porque fue tapado por el río y por tierra que cayó a su paso. La incapacidad del tubo no permitió que el agua de las lluvias que caía sobre el arroyo fuera saliendo tres kilómetros después. El líquido subió y subió, una mezcla del agua sucia que viaja por el canal y del agua que viene desde las nubes. Desde las nubes no se conocen los problemas que enfrentan por el momento algunos de los habitantes de las colonias: desde pérdidas materiales hasta tener que pasar la noche en un albergue, fuera de casa. Arriba no se sabe de la escasez de alimentos en la zona, aún cuando el ayuntamiento saltense ya ha entregado más de 250 despensas, inalcanzables para dar satisfacción a todos. “Se ocupa un presidente de la República que sea de El Salto, pa’ que arregle todo esto”, concluyó uno de los trabajadores del municipio.

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