jueves, 12 de agosto de 2010

Itesianos regresaron en bici a Guadalajara desde Alaska


Patricia Martínez - ITESO

Luego de haber recorrido 8,600 kms Mario y Daniel llegaron desde Alaska. Entraron a Guadalajara por la carretera a Nogales y de ahí siguieron hasta el ITESO, donde amigos y familiares celebraron su regreso. Los jóvenes estudiantes se propusieron pedalear los 87 días del viaje para promover la bici como un medio de transporte. Lo que viene es seguir en movimiento.

Ayer fue el fin del viaje de 8,600 kilómetros desde Alaska hasta el área deportiva del ITESO. Ahí fue la última parada de Daniel Isita y Mario Juan Pablo Covarrubias, dos estudiantes de esta casa de estudios que flanquearon una parte del continente en bicicleta.


“La llegada fue progresiva”, dice Daniel. “Al llegar a México, pensamos ‘ya la hicimos’”. “El Empanada”, como le conocen, adoptó (involuntariamente) el aspecto de Jesucristo, así, redentor en la bicicleta, con los ojos desencajados por el cansancio, el cabello largo, ondulado y crespo; la barba de meses y la voz pasiva, relajada.

“Hubo días de mucha soledad, lugares en Canadá y Alaska donde pasaban días sin ver a nadie”, cuenta Mario “Mogly”. Esas ausencias les permitieron reencontrarse: “Aprendes a apreciar todos los lujos y comodidades de vivir en sociedad”, dice Daniel mientras, a sus espaldas, una treintena de amigos y familiares brindaban la llegada con aguas frescas y pan dulce.



Partieron el 17 de mayo pasado y regresaron 87 días después, con kilos de menos, las piernas más fuertes y un bronceado a medias. Antes de partir Daniel le preguntó a su mamá, la señora Julia María, “¿Y si no regreso?”. “Cruzaré esa parte muy fuerte, pero tú siempre regresarás”, le dijo ella.

¿Será difícil para los papás esperar a sus hijos? Julia responde: “Hay que apoyarlos a creer en ellos, hacer válido el deseo de los hijos”.

Para los amigos es un motivo de orgullo. Unos no esperaron a verlos llegar en Guadalajara y pedalearon con ellos desde Mazatlán, Sinaloa. Otros se unieron pocos kilómetros antes de entrar a la ciudad, en Tequila. “Salieron como diez de entre los matorrales”, ríe “Mogly”. Él es el ciclista que antes de emprender el recorrido se fracturó los dedos de la mano derecha. La solución que encontró para no suspender el viaje fue adaptar las dos palancas de los frenos de la bici en el lado izquierdo.

Cada día avanzaban, en promedio, 110 kilómetros; en todo el viaje sólo durmieron siete veces en cama, lo demás fue en el suelo y dentro de la casa de campaña que llevaban. El tiempo máximo sin bañarse fue de dos semanas y el de estar incomunicados de hasta 20 días. Las anécdotas de peligro se resumen al día en que “Mogly” se sorprendió de tener a un oso parado a su lado: “Nomas pensé en seguir pedaleando, y no volver a mirar”, confiesa.

¿Qué queda después de un viaje como este? “Fue un encuentro con nosotros mismos que nos exigió no estar sometidos a una rutina. Este viaje trae más cosas hacia un futuro”, dijo Daniel a sus amigos y familiares.
El viaje lo emprendieron con dos motivos: un reto a sí mismos y para promover la bici como un medio de transporte. Su conclusión es que falta cultura de respeto de parte de los automovilistas en las vialidades. Recuerdan su paso por Canadá, por ciudades con infraestructura vial más ordenada e incluyente, pero, con ciudadanos más conscientes de la dependencia del automóvil e inconformes con las decisiones de su gobierno. “Aquí nos sigue haciendo falta cultura (vial)”, dice “Mogly”.

“En México la gente se intrigaba (del viaje) y decía que si era una manda, donde menos nos entendían era en México, espero que haya valido la pena el esfuerzo”, comenta Daniel y cuenta las anécdotas de cuando les aventaban basura y les gritaban “maricones”. “Esperemos que esto sea un motivo para movernos”, finaliza.

Los días siguientes serán para el descanso. A partir del lunes, ambos regresarán a clases al ITESO. “Mogly” seguirá estudiando Ingeniería Mecánica, y “El Empa”, Política y Gestión Pública.

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