domingo, 10 de febrero de 2008

Abundan en El Salto enfermos por contaminación

La Azucena, donde vive el niño Miguel Ángel, conviven con las aguas sucias y presuntamente tóxicas del río Santiago. Foto: Giorgio Viera. Vanesa Robles - PÚBLICO Un french poodle blanco, el Box, agonizó durante tres meses, hasta que, cuando terminaba 2007, murió entre vómitos, diarrea y llagas en la piel. Un albañil, Juan Carlos, tiene la cara deforme, los ojos saltados, casi ciegos, y ha adelgazado diez kilogramos desde hace un año. Las coincidencias entre ellos son la cercanía y la contaminación. La cercanía, de apenas dos cuadras entre sus casas, en el fraccionamiento La Azucena, de El Salto; la cercanía de la colonia con el río Santiago, y la degradación del torrente, con el que ambos tuvieron contacto directo. En los días pasados, las autoridades de Jalisco buscaron diarreas en La Azucena y dejaron escapar las historias de los habitantes del fraccionamiento donde vivía Miguel Ángel López Rocha, el niño de ocho años que entró al río Santiago y se encuentra en coma, en el Hospital General de Occidente (HGO). Ahí los vecinos se niegan a dar sus nombres, “por temor a las represalias de la constructora”. Peor: en los últimos días, afirman varios, ha rondado la Judicial por las calles del barrio: “¿Para qué? Aquí vivimos matrimonios jóvenes y niños chiquitos”, se preguntan los dueños del Box. “Estamos enojados… encabronados, por lo que ha dicho el gobierno: que Miguel Ángel era maltratado y que nuestros hijos son drogados”, reniegan las mujeres. Para otros, no tiene caso: “Todo esto es una llamarada de petate”. Los dueños del Box tienen fotografías del perro sano y el perro muerto. Un día, hace unos nueve meses, se cayó al río. Lo bañaron, pero el olor de la muerte no se le quitó. El veterinario les advirtió que estaba envenenado. “Vomitaba negro y tenía diarrea”. En uno de esos vómitos perdió la vida. Lo enterraron en un parque cercano, por temor a esparcir el mal. Juan Carlos el albañil tiene pocas fotografías del antes y el después. Juan Carlos el albañil tiene poco de todo: poca comida, pocos muebles, pocas pertenencias, y un par de gemelas de un año de edad. Hace un año trabajaba para la constructora HIR, que levanta unas cinco mil casas —por llamarlas de alguna manera— en La Azucena. Sus patrones lo pusieron a desazolvar un canal de aguas negras que desemboca en el Santiago. No le dieron uniforme, ni siquiera tapabocas; sólo órdenes de que se metiera al río. Cayó a la clínica 14 del Seguro Social, donde nunca le supieron decir qué tenía. La constructora lo extrañaba tanto que lo despidió y de paso le quitó el seguro. Estuvo internado dos días en el Hospital General de Occidente, donde tampoco le dijeron de qué está enfermo. Las fotos del antes y el después son contundentes. Ahora Juan Carlos es el cadáver de Juan Carlos. Igual que Miguel Ángel López Rocha. La historia del niño es el estado extremo de lo que padecen todos los días unas 120 mil personas que viven al borde del Santiago y la cuenca El Ahogado, en Tlaquepaque, El Salto y Juanacatlán. ¿Y cuál es? Una investigación que hizo la Comisión Estatal del Agua en 2006 arrojó que el torrente está contaminado debido a la descarga de aguas negras de la zona metropolitana de Guadalajara —la parte más limpia— y desechos de metales que arrojan, sin tratamiento, varias empresas transnacionales y locales del corredor industrial de El Salto. En el fraccionamiento La Azucena, “Donde vive lo que más quieres”, según la publicidad con gente bonita en la entrada de la colonia, las casas miden 28 metros cuadrados y están cuarteadas, aunque las acaban de entregar. “Lo que más quieres” se acerca cada vez más al Santiago, a unos tres metros, donde los albañiles entierran cientos de cimientos para nuevas viviendas: las mismas que aparecen como un logro sin precedentes en las cifras oficiales del Infonavit. En una de esas casas vivía Miguel Ángel López Rocha, a quien le encantaba jugar cerca del río. Sus padres lo ignoraban, pero aunque lo hubiesen sabido: ¿no dijeron las autoridades que todo está bien? Ayer, la vecina del niño que se negó a hablar escribió un recado: “Es triste pensar que los sueños de Miguel se vayan por un río de aguas sucias y su vida tan corta se quede en la cama de un hospital. ¿A quién más se va a llevar ese río?”. Problema añejo, soluciones nulas
Las autoridades federales conocen la situación del río Santiago desde principios de los años noventa. Un estudio que realizó la Comisión Nacional del Agua (CNA) en once puntos del torrente reveló una concentración alta de metales entre las poblaciones de Poncitlán y El Salto: arsénico, cadmio, cromo, plomo, zinc, cobre, mercurio y níquel. En 2003, la contaminación en el Santiago generó una denuncia popular ante la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa): la 2003/15/532/63. Entonces, la delegada en Jalisco de esa institución era la actual secretaria del Medio Ambiente y Recursos Sustentables de Jalisco, Martha Ruth del Toro. La denuncia no ha sido atendida. El estudio más reciente sobre el estado del río Santiago lo mandó hacer la Comisión Estatal del Agua (CEA) del gobierno de Jalisco, en el estiaje de 2006. Arrojó la presencia de mercurio y plomo en distintos puntos del río, así como que seis de cada diez descargas domésticas e industriales al torrente no reciben tratamiento. Los alrededores del río huelen a ácido sulfhídrico (H2S), un gas venenoso e inflamable, cuyos efectos “son similares a los del cianuro”, según la Agencia para Sustancias Tóxicas y Registro de Enfermedades (ATSDR), de Estados Unidos. Como el H2S es más pesado que el aire, permanece a la altura de la nariz de los niños.

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