Guillermo García Oropeza - PERIÓDICO MURAL
El Bosque los Colomos es uno de los pocos lujos ecológicos de Guadalajara, una ciudad sin parques. Y digo parques y no los jardincitos que tienen que dejar abiertos los fraccionamientos y que rara vez pasan de una o dos manzanas. Parques como aquellos que vemos en ciudades europeas, desde el muy castizo de El Retiro madrileño o aquellos mágicos de Berlín o de Londres que permiten a muchos ciudadanos sentir que viven vecinos a un bosque.
Pero Guadalajara desde su fundación careció de un parque como Dios manda, exceptuando el del Agua Azul, que era límite de la ciudad colonial y una de sus reservas acuáticas. En la retícula de la ciudad virreinal estaba abierta, claro, la plaza multiusos que llamamos de Armas, pero que servía como foro urbano, tianguis y sitio para la fontana central de la Ciudad.
Otras plazas se crearon frente a espacios religiosos y alguno, el de la Revolución, en el hueco que dejó la Penitenciaría de Escobedo al ser derruida. Y esto en la privilegiada parte poniente de la Ciudad, porque la Guadalajara oriental estaba aún más desprovista de espacios verdes.
Y es que quizá, por muchos años, cuando la Ciudad era diminuta, el campo estaba allí cerquitas en el horizonte y cuando la Ciudad de traza virreinal se expandió con las colonias éstas estaban arboladas y las casas jardinadas -válganme la expresión-, así que la ausencia de verde no era tan dramática aunque nunca estuvimos precisamente sobrados de parques y bosques.
Mas cuando la bella Guadalajara de nuestras nostalgias deja su lugar a la horrenda que habitamos hoy, la necesidad de muchos parques parecería ser de primera prioridad, para que la Ciudad que en un descuido llegue a los 8 millones o 10 millones de habitantes no se convierta en un infierno urbano.
Parques que requerirían, claro, que los gobiernos metropolitanos adquirieran a tiempo los terrenos para la creación de esas nuevas áreas verdes. Pero lamentablemente, nuestros gobiernos metropolitanos dedicados a irla pasando y sacar el mayor provecho posible no se han preocupado por esa previsión elemental de uso de la tierra que hará a la Ciudad habitable.
No, al contrario, la tierra que rodea Guadalajara está siendo objeto de una voraz especulación que viene a asegurar una catástrofe ecológica segura, que sorprenderá a los gobiernos sin recursos para solucionar las cosas.
Recuerdo, allá en mi experiencia de posgrado en Holanda, País que admiro inmensamente, cómo el territorio completo del País se había clasificado según su uso y que la gran metrópoli holandesa compuesta por un anillo formado por varias ciudades individuales tenía un verdadero corazón verde, era la "greenheart metropolis", como decían los holandeses siempre tan internacionales. Pero la diferencia entre Holanda y México, o Guadalajara, se daba en una sola palabra: racionalidad ,o si se quiere, civismo.
Este domingo que pasó, un grupo de tapatíos se pusieron ropa blanca y verde y salieron a la calle a defender a los Colomos amenazados por voraces constructores. Caminaron de la Minerva a Catedral para exponerle al Presidente Municipal su protesta porque se esté atacando uno de los pocos pulmones de Guadalajara.
No se trató de agitadores o de globalifóbicos, sino de gente de lo más bien que nos podamos imaginar. Gente usualmente alejada de la política municipal, pero que aman su bosque. Pocas causas podrían ser tan claras y limpias y es toda una prueba del cacareado amor al "bien común" panista si el Gobierno le da la razón a los ciudadanos o cede a las presiones del dinero.
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