domingo, 18 de mayo de 2008

La Manzanilla: a la venta, hasta las zonas federales

Un desarrollo urbano totalmente desordenado ha marcado los últimos diez años de esta aldea de pescadores de la costa de La Huerta, que se hizo famosa tras ser devastada por un maremoto en 1995.


Un jovencito camina en el estero de La Manzanilla. Cerca de él, justo a sus pies, un gran cocodrilo se encuentra descansando en este bello lugar. Foto: Marco A. Vargas

Agustín del Castillo - PÚBLICO
La Manzanilla municipio de La Huerta
ENVIADO

Adán Brambila era un niño cuando vio aparecer por la playa de La Manzanilla, entonces aislada en una geografía abrupta y mal comunicada, a un hombre como jamás imaginó que pudiera haber. “¡Es el diablo!”, gritó despavorido, y puso sus pequeños pies morenos en polvorosa, en busca de la efigie protectora de su madre.

Pero el individuo de tatuajes multiformes, cabello largo con rastas, ojos azules como mar, piel caucásica, lengua extraña y risa estentórea, no era el querubín caído que entre llamas disputa feroz con el arcángel justiciero en las portadas de los viejos catecismos de Ripalda; se trataba apenas del primer gringo del que se tenga memoria contemporánea en estas tierras. Después llegarían más. Muchos más.

A unos 30 años, ya hay casi 800 residentes de quince distintas nacionalidades, muchos de ellos, jubilados que buscan el calor tropical y vivienda barata para huir de lo que piensan es la civilización adulterada. Así, de ser una rústica aldea de pescadores pobres, que fueron incluso asolados por un tsunami en 1995, esta pequeña ensenada se transformó en un modelo de comunidad internacional. Eso sí, muy a la mexicana: desordenada, mal atendida, caótica, sin una clara vigencia de la ley. Y donde casi todo tiene un precio.

Una residencia de extranjeros construida en plena zona federal en La Manzanilla.


Paradojas de la cultura. Los extranjeros vinieron en busca de la inocencia, pero piensan que su dinero ha ido corrompiendo las mentalidades. Para los ejidatarios, en cambio, su llegada es la redención con que Dios los compensó de tantas décadas de abandono y de un evento natural desastroso pero incruento.

Hay construcciones de medio millón de dólares pero ni siquiera tienen drenaje. El acceso al agua es precario, los ciclones pueden dejar sin energía eléctrica a la zona, los ríos son borrados sin preguntar por qué estorban, y la basura reina indiscutida en los sitios más insospechados, sólo superada por la música de banda, pues se vive una eterna y aletargante fiesta en honor a quiensabequé, y sobre todo, por el ubicuo y a ratos inicuo calor, que, como cosa del diablo, parece universal.

Los daños

En abril de 2007, los ambientalistas locales, asesorados por el Instituto de Derecho Ambiental, promovieron una denuncia popular ante la delegación de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa). “En la playa que colinda con el estuario y el manglar, entre La Manzanilla y Boca de Iguanas, se están llevando construcciones de casas habitacionales que provocan la destrucción de la duna costera y la afectación del hábitat de la tortuga marina y del cocodrilo americano”, señalaban entonces. La Profepa no actuó, se quejan.

El proceso de deterioro no se detuvo, y en él señalan la responsabilidad del propio presidente ejidal, Osvaldo Suazo, también regidor de Ecología de La Huerta. “¿Cómo va a frenar la destrucción si se beneficia de ella con las ventas y hasta mete su maquinaria a los trabajos?”, reclamaron.

Leopoldo Loza, encargado del agua, alerta sobre el problema de la urbanización sin ton ni son: abrir fincas por todos lados hará muy pronto que sea insuficiente el agua de que se dispone. Pero la presión de las compraventas no cede.

En realidad, algunos daños vienen de más atrás. Como efecto de tres décadas de ganaderización extensiva, en la microcuenca de 2,500 hectáreas, que alimenta al estero de La Manzanilla (hoy elevado a categoría de sitio Ramsar como humedal prioritario internacional), la deforestación alcanza ya 65 por ciento del territorio, lo que parece condenar a la pérdida irremisible de la frágil selva caducifolia, incluidas las frescas cañadas, y de un importante número de especies vivas. La propia construcción de la carretera, y eso está bien documentado, cortó el flujo de agua dulce hacia los esteros y propició su mayor salinización.

Una vista del poblado de La Manzanilla tomada desde lo alto de una casa viendo hacia la bahía.



Pero además, como es lógico ante tanta presión, el agua está sobreexplotada. Y ya no para los quehaceres agropecuarios; los usos urbanos y suntuarios (como el campo de golf de 19 hoyos de El Tamarindo, que es regado desde pozos de la cuenca) se quedan con casi todo; el drenaje de la comunidad es pésimo porque fue la especulación la que impulsó el crecimiento, y las fosas sépticas contaminan fácilmente los cuerpos de agua y aun las tuberías de agua potable; otro efecto nocivo es la intrusión salina, por el descenso local de las lluvias, otra vez, efecto de la deforestación masiva. Todo un círculo vicioso.

Las tierras silvestres están en regresión: al estero lo afectan las invasiones, y los palmares son talados para las lujosas casas de descanso. En las playas deambulan vehículos con motor y la basura. Los cocodrilos se abren paso entre el mar de humanos que presionan su medio, y otras especies menos apacibles han ido desapareciendo, aunque los aires aún son dominados por decenas de aves migrantes y no, como sus vecinos terrestres.

¿Quién regula el caos? El gobierno federal, responsable de las playas y de todas las servidumbres de los cuerpos de agua, no. El Ayuntamiento de La Huerta lucha con sus escasos recursos para gestionar más control. El ejido se mueve entre la pulsión por el negocio y el cuidado de la casa, y ejerce así una especie de control. Los extranjeros plantean reducir la contaminación, salvar el paisaje y los servicios ambientales, aunque colonizan laderas con fincas ostentosas y encarecen los servicios básicos como la luz y la propia agua con sus costumbres civilizadas de uso de energía.

¿Irremediable?

Osvaldo Suazo contesta amablemente las preguntas sobre el desbarajuste de su ejido. Reconoce que hay terrenos que se rematan a 30 millones de pesos la hectárea (los que están cerca de la playa, del estero o en los desfiladeros rocosos con vista al océano Pacífico), pero otros no dan más de cien pesos por metro. El destino será casi la venta de todo, pero no se puede culpar a los campesinos, que nunca recibieron ningún género de apoyo gubernamental para hacer tierras de verdad productivas.

A lo que sí se ha abocado el núcleo agrario es a la creación de un ordenamiento territorial donde se establezcan reservas pero también zonas protegidas, así como un plan rector del desarrollo urbano que permita la introducción gradual de los servicios básicos, sobre todo la recolección de basura, de las aguas negras y su tratamiento. Hay que pensar, añade, que el agua existente no puede ser suficiente para crecer demasiado.

“El Tamarindo se lleva una buena parte, y sería importante que ellos metieran su desalinizadora para liberar estos pozos para necesidades más importantes que un campo de golf […] creo que eso sí puede provocar a unos diez años una crisis de abastecimiento”.

Advierte que las zonas de manglar “de ningún modo” serán tocadas y que la selva debe salir a fin de cuentas bien librada de este ensayo-error. “Queremos impulsar todos los desarrollos que sean ecoturísticos, ese es el único futuro deseable”.

¿Cómo fue de la súbita fama mundial de La Manzanilla? “Yo creo que con el maremoto se difundieron mucho las imágenes y entonces se dejaron venir muchas personas de fuera; para mí eso fue como algo con lo que Dios nos compensó luego de ese gran problema […] hoy, tenemos capacidad rebasada en fechas como Semana Santa, Navidad o verano, pero en invierno, hay mucho extranjero que deja dinero y apoya la economía local”.

A su juicio, los gobiernos anteriores de los tres ámbitos no tuvieron la visión de entender el desarrollo que se venía, y por eso se puede hablar de un retraso de infraestructura de hasta 20 años. “Sabemos que todo va a la venta, pero ya hemos establecido normas para prever cuando una tercera persona, que no sea miembro del ejido, se quede con un terreno: deberá respetar doce metros de servidumbre a partir de la zona federal del estero, para que allí nada construya y se proteja la naturaleza […] creo que se va a vender casi todo”.

—Dicen que usted es juez y parte, que se da solito permisos para vender tierras sin control…

—Como regidor no participo en los permisos de obras públicas, y las playas son responsabilidad federal. No es nuestra culpa que otros no hagan nada.

Lo cierto es que los primeros extranjeros que llegaron a estas playas, hace 20 o 25 años, y aún transitan cada invierno, no pueden olvidar el edén que se perdió. “Hace quince años vine por primera vez, y puedo decirte que había una lluvia cada tarde, y puros árboles grandes, mojotes de 20 metros, tescalamas”, señala Joseph Rutherfod. “[…] hace poco, venía de Vallarta y fue curioso: llovía solamente donde se veía arbolado, y en cambio, se detenía la lluvia en los llanos, donde hay ganado y deforestación; ya cerca, en Chamela, lleno de agua, pero luego te acercas a las zonas sin árboles, y cómo va a llover. Ahora sólo llega agua por acá en tiempo de ciclones”.

Estos diablos de gringos tal vez se queden con lo más valioso de la región, como consecuencia de la ley de la oferta y la demanda, pero muchos de ellos no lo quieren a cualquier precio ni están dispuestos a sacrificar el entorno, pues eso sería como matar la gallina de los huevos de oro. Dorrance Woodward, canadiense, por eso se compró una pequeña reserva ecológica al interior de la selva: 5.5 hectáreas es su granito de arena para salvar lo que para muchos es imposible.

Lo que no parece tan difícil de discernir es lo
que producirá este presente: el ejido perderá sus dominios, admite el presidente Osvaldo Suazo; algunos campesinos se harán ricos y otros no tanto, y las tierras más valiosas quedarán en manos extrañas. Si tienen éxito el plan de desarrollo urbano y el ordenamiento territorial que el núcleo agrario busca, un poco tarde, es posible que siga siendo una tierra de gringos, pero habitable y cálida. De lo contrario, sus páramos engrosarán la Waste land (Tierra baldía) que crece por un mundo para algunos condenado.

No hay comentarios.: