domingo, 8 de junio de 2008

La falta de agua amenaza el futuro de La Manzanilla

Leopoldo Loza, encargado del sistema de agua potable y alcantarillado de La Manzanilla, ve un panorama difícil. Foto: Marco A. Vargas

Agustín del Castillo - PÚBLICO
La Manzanilla Enviado

Enclavada al final de un vasto territorio dominado por la selva estacional (o seca), con lluvias que suelen ser inferiores a 600 milímetros anuales, el desarrollo inmobiliario que se ha desatado en La Manzanilla enfrentará pronto los predicamentos de la falta de agua. La deforestación, con una de las tasas más elevadas del país (3 por ciento anual), y los patrones de consumo desbordados, explican la inminente crisis

“Se está acabando el agua de los mantos más superficiales, todo lo que son norias, y ha sido necesario traer el agua de zonas más profundas, hasta 80 metros”, explica don Leopoldo Loza, encargado del sistema de agua y alcantarillado.

El abastecimiento de la comunidad, golpeada por un tsunami en 1995 —violencia que parece haber dado a conocer sus playas de ensueño, que desde entonces son cada vez más visitadas por extranjeros—, se ha hecho precario también por la creciente salinidad de los pozos (fenómeno denominado “intrusión salina”), pero además, está la fuerte competencia por el recurso.

Mientras crece el número de fincas en la próspera localidad, el vecino desarrollo exclusivo El Tamarindo, situado al otro lado de las montañas que enmarcan la bahía, utiliza pozos de esta cuenca para irrigar su campo de golf y su demandante consumo “de Primer Mundo”. Ya en el pasado, los manzanillenses debieron enfrentarse a esos poderosos intereses, y lograron recuperar el pozo principal para el abastecimiento de la antigua aldea de pescadores.

Por si eso no bastara, la Comisión Nacional del Agua (CNA) no les quiere otorgar el título de concesión de agua, pues el ayuntamiento ha pretendido quedarse con el sistema, lo cual es un riesgo porque se llevaría las recaudaciones y podría colapsar financieramente el sistema.

Don Leopoldo, apodado Morgan entre los ejidatarios, señala que de seguir las tendencias de crecimiento y las extracciones hacia fuera de la zona, será inevitable la escasez. “Mire, con esta bomba y aquella, y la que tenemos allá [en otro pozo], es agua suficiente por ahora; no sé, tal vez un año o dos…”.

La Manzanilla tiene mil tomas de agua y ronda los tres mil moradores. Sólo paga el servicio 60 por ciento de las cuentas; “otros se atrasan y luego van pagando, y a veces es un problema que nos den lo que deben, porque de ese dinero sale todo, el mantenimiento, la cloración, la energía eléctrica para el bombeo […] tengo ya doce años en esto y nunca he pedido prestado un centavo, lo hemos hecho rendir”, se ufana Morgan.

Y vaya que se paga poco. “Acabamos de incrementar, subimos a 35 pesos por mes, pero pueden ser 120 pesos por año completo adelantado, y si todos pagaran, yo siento que fuera suficiente; pero como hay gente que debe de tres o cuatro años atrás, pues no se puede […] el gasto más fuerte es la energía, tenemos un tope de gasto mensual, si lo pasamos se va a otro costo, por eso siempre doy ocho horas de agua en el día, que es suficiente”.

—¿No cree que los pozos se merman por la deforestación?

—Uh sí, muchísimo […] hay un pueblo que se llama Los Ingenios, al otro lado de la carretera, en que la mayoría de la gente se dedica a la madera para hacer casas de palma, y con permiso o sin permiso el árbol se corta, y el daño se hace.

—¿En doce años ha notado cambios en la recarga de agua?

—Sí, han bajado muchos los niveles, y también las lluvias […] este año que pasó se llenaron los mantos freáticos porque hubo unas lluvias fuertes, lluvias de tres o cuatro días, y luego ya no llovió igual; los buenos años son, por ejemplo, cuando llueve una o dos veces por semana de julio a octubre.

—¿Hace cuánto que no ve esos buenos años?

—El último bueno fue 1998; después, como siete años de sequía.

Morgan dice que si a estos factores ambientales se agrega el crecimiento poblacional, la cosa se agrava. “Pues cada día somos más; todos necesitamos el agua, y si aquí en el pueblo se aplicaran multas, tal vez se hiciera más […] toda la gente se la vive echando agua a la calle, porque hay mucho polvo, pues las calles son de tierra…”.

Por si fuera poco, hay privilegiados eximidos del pago del servicio. “Recientemente me dijeron que les cobrara a los Testigos de Jehová, pero mire usted, no es justo, porque la Iglesia [católica] no paga, se trata de que sea parejo para todos”.

Don Leopoldo teme por el futuro, y aunque parezca extraño, prefiere que sea El Tamarindo el que compre las tierras ejidales que de unos años por acá están como en barata (Público, 18 de mayo de 2008). “El Tamarindo anda queriendo comprar tierras para asegurar sus reservas, nosotros [en el ejido] tenemos mucho terreno, un cerro que se está vendiendo arriba […] a los compañeros ejidatarios yo les digo que nos conviene venderle a El Tamarindo, porque no lo van a desarrollar tan fuerte, ya están instalados; si vendemos a otra persona, va a necesitar agua, y no tenemos de dónde darles”.

Y si a este dilema se agrega el muy posible retorno de la sequía, en muy poco tiempo se colapsará la zona. “Yo pienso, de acuerdo con la experiencia que tengo, que si dejara de llover este año y el otro año, tendríamos agua para unos cuatro años, racionándola mucho. Pero nada más”

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